lunes, 7 de febrero de 2011

NO STOP CITY MAD.




A VECES SIRVE UNA FOTOGRAFIA

A veces sirve una fotografía, una nota en un cuaderno, un nudo doble. A veces basta con concentrarse mucho; otras lo recordado aparece de pronto, como una revelación. Los caracoles, a su modo, dejan una larga estela violeta que les hermana paradójicamente con las aviones que surcan el cielo. Los hombre tenemos el ombligo, los geógrafos inventaron paralelos y meridianos.

Son mil formas de codificar una presencia que ya no está, algo que ha pasado y pervive en un símbolo. Huellas, podríamos decir. La ciudad podría construir así su memoria, dejándose tatuar por todos y cada uno de los hombres y mujeres que la habitan, que van de aquí para allá con sus ombligos y sus recuerdos, y en un lugar, en un pequeño patio se detienen un instante para dejar una parte de ellos. El atlas de huellas improvisado nos sugiere miles de cosas, es el punto de partida de la imaginación. ¿Qué sucede entonces? La memoria tatuada en el plano terrestre se eleva y comienza a rodearnos. ¿Subimos o bajamos? ¿Alguien estuvo caminando sobre las paredes? Una suave brisa se cuela entre el bosque de recuerdos, el patio nos dibuja la sonrisa de la vecindad, somos muchos ombligos escuchando la retahíla de voces de los que ya pasaron, de los que pasarán.

Hay trilobites que descansan todavía en las cimas nevadas de las montañas, en algún lugar de la superficie lunar se conserva la huella más famosa de la historia. En un patio de Madrid se puede pasear entre recuerdos tendidos, tocarlos, estar más cerca de ese modo de todos esos otros que también somos nosotros, recordando, anudando el hilo de la realidad que, hecho de aire, nos tranquiliza y nos susurra: estamos vivos.

texto: Rodrigo Sancho Ferrer 

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